¡Hola! El vampiro olvidado es una historia que creamos entre las cuatro y que en su día decidí escribir para recordarla. Casi se podría decir que es como el inicio de nuestra amistad.
10/03/15
El
único ruido perceptible era el del crujido de unas patatas fritas mezclado con
la conversación de cuatro jóvenes. La iglesia se erguía, solitaria, junto al
banco que ocupaban las alegres muchachas, ignorante ante lo que estaba a punto
de suceder.
Todo
comenzó con una botella agitada.
Una
de las jóvenes abrió su botella de coca cola y su contenido le cubrió el
pantalón de lunares oscuros. Las cuatro se rieron. Después, acompañada por la
suave brisa de finales de invierno, la joven de la coca cola se levantó del
banco y cogió la bolsa, ya vacía, de patatas. Las otras tres amigas la
observaron curiosas acercándose al cubo de basura, y también vieron a un grupo
de motoristas pasar en ese instante por la carretera. Un escalofrío las
recorrió por dentro y trataron de advertir a su compañera de ese peligro
indeterminado que presentían.
Pero
nada. Las motos pasaron de largo y las jóvenes se permitieron un momento de
relax; lo suficiente. La otra muchacha llegó hasta su destino y echó en él la
bolsa vacía. Inesperadamente, una despiadada mano salió del cubo metálico,
agarró a la joven y se la llevó consigo tan veloz como había aparecido. No pudo
gritar y sus amigas no pudieron reaccionar; se levantaron inmediatamente y
corrieron hacia el cubo de basura.
Un
ruido de motores les impidió avanzar. Los motoristas que tan mal presentimiento
les habían transmitido habían conducido hasta el otro lado de la iglesia y las
esperaban. Sus expresiones eran crueles y viles, como sus intenciones. Hacían
rugir las motos elevando un humo negro hasta más arriba del campanario. Las
tres jóvenes estaban inmóviles, conscientes de que lo menos que iban a recibir
de esos hombres era un secuestro. Ellos se separaron de las motos y, despacio,
avanzaron hacia sus temblorosas presas.
A
pocos metros de ellas, casi seguros de que nada podía quitarles su botín, la
puerta del transepto de la iglesia se abrió. Pero no salió un cura o un orante,
no, ¡salió un zombi armado con una metralleta! Las muchachas instintivamente se
echaron al suelo y cubrieron la cabeza con las manos. Los motoristas no fueron
tan inteligentes y recibieron de lleno los disparos del zombi.
Sus
cuerpos inertes cayeron al suelo con un ruido seco, pero, a pesar de todo el
jaleo, ningún habitante de aquella villa se dignó a acercarse y descubrir lo
que sucedía. Las tres muchachas que quedaban se levantaron cautelosas y se
arrastraron hasta la parte trasera del banco. Sus respiraciones eran agitadas y
estaban demasiado asustadas como para gritar.
El
zombi permanecía allí, dispuesto a disparar en cualquier momento. Cuando
parecía que la esperanza había desaparecido, una de las amigas, la de cabellos
más largos, se levantó con seguridad y señaló el campanario de la iglesia.
— ¡Allí!
¡Batman nos salvará!
Las
otras dos no entendían su euforia, solo llegaban a distinguir una bolsa negra
sobre el campanario. Pero su compañera fue demasiado ingenua. El zombi disparó
descontroladamente hacia el campanario y Batman, o la bolsa, recibió más
disparos de los que cualquier ser vivo o inerte puede soportar. Sin embargo,
continuó erguido/a, con dignidad, dispuesto/a a resistir hasta el final.
La
joven de cabellos largos recibió una bala perdida del zombi y cayó al suelo.
Sus amigas la socorrieron. Aún respiraba y si salían de allí, al menos tres de
ellas habrían logrado sobrevivir, porque el destino de la cuarta era
desconocido…
El
zombi chilló y las muchachas creyeron que había llegado su hora. Sin embargo,
el suelo tembló a tiempo y desequilibró al muerto viviente, aunque no soltó la
metralleta. A partir de ese momento todo sucedió demasiado deprisa.
Un
vampiro, no nos olvidemos del vampiro, salió por la misma puerta que el zombi;
pero solo llegó hasta ahí.
La
iglesia estalló en una inmensa explosión que se llevó por delante al zombi y al
vampiro, a Batman-bolsa y al cubo de basura; a las tres amigas y probablemente
a la cuarta. Si quedaba alguna posibilidad de sobrevivir, había desaparecido
con aquella explosión.
Y
finalmente, la iglesia continuó estallando en purpurina rosa.